No solo se sienten culpables por lo que comen, sino que, además, no se permiten disfrutar de lo que debería ser un acto natural y racional. La culpabilidad, la tristeza, el auto castigo… son emociones que con demasiada frecuencia se asocian día tras día al acto de comer. Los mitos que leemos, que nos cuentan y que se van transformando día tras día van minando las creencias de muchas personas que trasladan algunos de sus problemas a la comida y es esta asociación la que aún les hace más daño.

Pero también tenemos la otra vertiente: personas que a pesar de las evidencias nefastas sobre la salud de la comida hiper palatable, ultra procesada, de la obesidad y el sedentarismo, prefieren hacer oídos sordos, afectando con sus decisiones no solo a ellos mismos, sino también a los hábitos de sus familiares. Su “adicción” a la comida basura, al exceso de calorías y su dejadez con sus propios hábitos es tan intensa que prefieren no ver la evidencia y seguir por el camino fácil. El resultado es devastador para la sanidad pública: millones de gastos en enfermedades crónicas como la diabetes tipo 2, hipertensión, enfermedades cardiovasculares, dolencias articulares y lesiones por desuso…muchas de estas dolencias tendrían solución o podrían ser mitigadas a través de unos hábitos adecuados de alimentación y entrenamiento, pero, en demasiadas ocasiones, elegimos la enfermedad del mañana por el cuidarnos en el ahora.

Debemos apreciar y valorar, el hecho de disfrutar y ver la comida como lo que es: un acto necesario del que obtener los nutrientes y la energía necesaria para el correcto funcionamiento de nuestro organismo. A la misma vez que utilizar el movimiento y el entrenamiento como las herramientas que nuestro cuerpo necesita para ser lo que es; nacimos para movernos en el medio, no para que el medio se mueva a nuestro alrededor.